Libros del Rincón


Martes


Hoy estaba saliendo del baño cuando oí entrar al síndico (es el padre de la hija de esa señora que olvidó el pollo en el horno); a toda prisa corrí hacia mi cuarto y cerré la puerta. No era para que él no me viese desnudo, no; era porque, para ser sincero, no soporto al síndico. Una vez dijo que un pintor que pinta a una mujer amarilla lo hace porque no sabe pintar a una mujer como es.

Esa clase de tíos que no pescan nada de arte, ¿no?

Otra vez, yo estaba allí arriba jugando al chaquete y tocaron el timbre. Cuando abrí la puerta, dos tíos dijeron que eran de la policía y me mandaron fuera: querían quedarse solos con mi Amigo para interrogarlo. Después pude enterarme de que el síndico había ido a la policía a decir que mi Amigo vivía en este edificio.

Esa clase de tíos que no pescan eso de cada cual a lo suyo, ¿no?

Y para colmo, siempre que el síndico aparece en casa. o es para quejarse de alguien del edificio, o para llevarse a mi padre y a mi madre a la reunión de la comunidad (que ellos detestan).

Así que me pareció mejor quedarme bien quieto en mi cuarto.

Pero a las tantas oí el nombre de mi Amigo y comencé a prestar atención a la conversación de la sala. Tuve que abrir la puerta para escuchar a mi padre: estaba hablando de suicidio, y cada vez que él y mi madre hablan de eso bajan la voz. El síndico no: ¡tiene un vozarrón que ni te cuento! Hasta cuchichea en voz tan alta que se lo oye desde la esquina. Y estuvo cuchicheando que mi Amigo se había quedado marcado por sus ideas políticas (no entendí nada de lo que quería decir con eso) y quizá se había matado a causa de eso.

—¿Acaso pensaba que lo detendrían de nuevo? —preguntó mi madre.

Y entonces comenzó: política por aquí, política por allá.

No pude aguantar quedarme quieto; fui a la sala y dije:

—Doña Clarice dijo que mi Amigo murió como todo el mundo un día muere. ¡No fue a propósito, no!

—Ella no podía decir otra cosa, ¿no? —dijo el síndico.

Respondí mirando a mi padre:

—Ella lo conocía mejor que nadie, y me aseguró que no fue a propósito.

—No podía decir otra cosa —dijo de nuevo el vozarrón—, para que nadie se quedase pensando que él se mató por su causa.

Yo no paraba de mirar a mi padre; y mi padre no paraba de mirarme.

—Pero ¿por qué lo haría? —pregunté.

—Porque él estaba enfermo, hijo mío.

—¿Enfermo? La víspera jugamos a chaquete. Tres partidas. Una detrás de otra ¡Y él no tenía nada!

—Enfermo aquí —mi padre se golpeó la cabeza—; sólo una persona que está muy enferma aquí hace lo que él hizo.

—Pero, por favor, ¿quieres explicarme bien todo lo que ocurrió?

En ese momento mi madre dijo que ya estaban retrasados para la reunión de la comunidad. Me puse nervioso:

—¡Pero él era mi amigo!

El síndico se levantó:

—¿Nos vamos?

—¡Un amigo a tope! Él mismo me dijo que la edad no contaba para ser amigos sinceros. ¡¿Y me quedaré sin saber si fue a propósito como él murió?!

Mi madre me abrazó:

—No tienes que seguir pensando en eso, Claudio. A tu edad tienes que pensar en la vida y no en la muerte. Tienes otros amigos...

—¡Que no me gustan como me gustaba él!

—...tienes tantas cosas para estudiar, para jugar, para inventar, ¡deja de pensar en lo ocurrido con él y sigue adelante, hijo mío! —dijo mientras salía.

Y yo me quedé. Y me quedé en el aire, para colmo. Volví al cuarto. Pensé que mi padre tenía más cara de decir la verdad que doña Clarice. Y no porque fuese mi padre, no: por el modo como él me miraba tanto a los ojos, y el de ella, de mirar tanto al suelo.

Pero no estoy seguro. Y sigo pensando: ¿habrá sido así?

Y si fue así, ¿por qué fue?

Le gustaba tanto pintar, jugar al chaquete, comer, pensar; le gustaba que el reloj sonase y si veía una flor abajo, se asomaba por la ventana para decirme: mira qué cosa bonita.

¿Y así porque sí acaba con todo eso que era tan bueno?

Si en el momento de asomarse para ver la flor se caía de la ventana; si en el momento de comer se atragantaba y ahogaba; o si se hubiese vuelto muy viejo... pero ¿así? ¿Por propia decisión? ¿Yo me voy a morir y se acabó?

Graphics

¡¿Por qué, por qué, por qué?!

El tablero de chaquete estaba abierto (hoy nos tocaba jugar); y la carpeta que me había dado, también: abierta en una acuarela que mostraba un barco amarillo que se hundía en un mar color... ¿qué color era ése?

No era beige.

No era marrón suavecito.

Hasta podía ser un color que a mi Amigo le gustaba y que llamaba siena. Pero tampoco era ése.

Así inventé que era color morriña y listo.

En la página de al lado, para mostrar cómo cambian los colores, mi Amigo dibujó otra acuarela: después de hundirse en el mar color morriña, el barco aparece de nuevo, pero, por el baño, el amarillo de él quedó diferente, extraño, con una pinta que no me gusta nada y que llamaré amarillo-síndico.

Cuanto más miraba ese barco, más me parecía que doña Clarice me había mentido. Y cuanto más me parecía así, mi amarillo también iba tomando cada vez más pinta de síndico, y más me iba sintiendo yo como el barco: todo rodeado de color morriña.

Un color morriña que hasta se iba enrojeciendo de lo difícil que me parecía entenderlo todo.

Quiero decir, pues, que doña Clarice me había mentido (pero ¿por qué?).

Había sido una muerte a propósito, en consecuencia. Pero ¿¿por qué??

¿Y por qué cuando es así todo el mundo se pone misterioso? ¿Y habla bajo? ¿Y hasta llega a parecer que suicidio es una mala palabra? ¿Por qué?

Si un tío cae preso porque mató o robó, la gente de mi edad llega a comprenderlo siempre; ¿por qué, pues, si dicen «él es un preso político», la gente de mi edad nunca entiende bien lo que eso quiere decir? ¿Por qué?

¡Y cuantos más por qué-por qué iban apareciendo, más síndico se ponía mi amarillo, y más crecía el color morriña!

Vaya, con todo ese blanco de reloj que no suena, y con ese tablero de chaquete aquí parado, mirándome con cara de que hoy nos tocaba jugar, está claro que el color morriña sólo puede aumentar. Si sigue creciendo así, no sé adónde irá a parar.


[ Inicio de Documento ]
[ Tabla de Contenido ][ Previo ][ Nivel Superior ][ Siguiente ]Busca, ...y ¡encuentra!