Libros del Rincón


Jueves


En mi carpeta hay una pintura que es toda de color morriña, y delante hay tres personas: una blanca y dos azules. Su cara está medio borrosa, y muchas veces me quedé pensando si era cara de hombre o de mujer.

Bien querría saber yo lo que mi Amigo estaba pensando cuando pintó esas tres figuras. Porque ayer soñé con ellas. Pero me desperté tarde y salí corriendo (estamos ensayando una obra de teatro en la escuela y tenía ensayo por la mañana) 1. Y cuando el ensayo acabó, me había olvidado del sueño. Sólo me acordaba de los colores y de las tres figuras, pero no sabía ya lo que había ocurrido.

Qué cosa rara es el sueño; uno se despierta con ese montón de cosas ocurridas dentro de uno y de inmediato, ¡puf!, se olvida.

Resolví esperar para ver si me acordaba de nuevo. Pero no lo conseguí.

De tanto querer recordar esa noche, soñé otra vez con el mismo color y con esas tres figuras. Ahora no puedo saber si es repetición o no del primer sueño.

Paciencia: deja que cuente enseguida el segundo sueño antes de que él también desaparezca.

El telón era de color morriña, Yo estaba en el teatro mirándolo, y cuando se abrió el escenario estaba vacío: no había decorados, ni una silla ni nada.

Pero el escenario era todo del color del telón, y quien se sentaba en el teatro se quedaba mirando, pues, sólo a la morriña y nada más.

El reloj comenzó a sonar bonito.

Conté doce toques.

No se podía saber si era mediodía o medianoche: el color ya no fue ni de noche ni de día.

Y después de que el reloj dejó de sonar, las tres figuras entraron en el escenario. Del mismo tamaño, las tres andando muy juntas, una blanca y dos azules: y bastó que mirase la blanca para ver enseguida que era mi Amigo Pintor haciendo el papel de fantasma. ¿Y sabes?: me quedé afligido.

Las otras dos figuras no sabía qué papel harían. Pero eran de un azul tan vivo, tan fuerte, que echaban brillo en el escenario y hacían que el color morriña se pusiese más fuerte. Y más fuerte también dentro de mí.

Mirando a mi Amigo convertido en fantasma, y sintiendo y viendo aquel morriña fuerte, no aguanté más: me eché a llorar.

Un llanto grande a rabiar.

Todo el mundo en la platea comenzó a hacer:

—¡Chis!

—¡¡Chis!!

—¡¡¡Chiiiiiiis!!!

Y yo que lloraba cada vez más fuerte. ¡Vaya, qué vergüenza!

Mi Amigo se había quedado quieto en el escenario. Él y las otras dos. Sin moverse ni decir nada.

El público fue perdiendo la paciencia; comenzó a aplaudir, a patalear, a silbar. Y nada de que la representación comenzase.

Aquello me pareció tan raro que dejé de llorar. Miré a mi Amigo. Él sacó la mano del bolsillo (yo estaba sentado bien atrás, pero pude ver que la mano era la suya: estaba sucia de tinta y sujetaba un pincel), y me hizo señas con el pincel.

La platea dejó de patalear y de silbar; me miró. Me levanté y fue hacia el escenario. Mis piernas temblaban tanto que apenas podía andar. No sé si era vergüenza por ver a todo el mundo que me miraba, o si era miedo de acercarme a mi Amigo convertido en fantasma.

Pero me acerqué. Y me dijo cuchicheando:

—¿Y ahora, Claudio?

—¿Ahora qué?

—No sé representar a un fantasma: ¿qué hago? No sé lo que decir.

Mi corazón dio un salto. Pregunté en un cuchicheo muy bajo:

—Pero ¿no ensayaste la obra?

Dijo que no con un gesto.

—¿No memorizaste el papel?

—No me dio tiempo. Me metieron esta ropa, me empujaron al escenario y dijeron: ahora eres un fantasma. Y listo.

—¡Uf!

El público se puso de nuevo a patalear.

—Diles a ellas que representen —musité.

—¿Quiénes?

—Esas dos que están ahí a tu lado.

—Ya se lo he dicho. Dijeron que son el coro.

—¿Qué?

—El papel de ellas es comentar mi historia. Si yo no cuento mi historia, no tienen nada para comentar.

—¡Vaya!

—¿Y ahora, Claudio? ¿Qué digo? ¿Qué hago? Mira, está todo el mundo esperando; están comenzando a gritar.

—¡Vete! Di que no quieres ser fantasma.

—No puedo.

—¡¿Por qué?!

—Estoy preso: cosieron mi ropa con la ropa de ellas.

Me puse detrás de mi Amigo para ver si descosía el blanco del azul sin que nadie se diese cuenta. A lo mejor...

—¡No está cosido! —dije—. Está pintado.

—Ah, entonces no se va a poder separar.

Comenzó una furiosa protesta en la platea; un grupo de gente gritaba: «¿Qué pasa? ¿Comienza la función o no comienza?»

Me puse tan nervioso que comencé a llorar de nuevo. Mi Amigo se aterrorizó:

—¡No es hora de llorar, es hora de que me ayudes! ¡Ayúdame, ayúdame!

Tenía que inventar algo deprisa para salvar a mi Amigo.

Respiré hondo como hace la gente cuando se zambulle, fui hacia la parte delantera del escenario y comencé a cantar el himno nacional.

El público dejó de gritar. Comenzó a acompañarme en el canto. Eso me daba tiempo para pensar en lo que diría.

El himno acabó. Todo el mundo aplaudió. Yo dije:

—Distinguido público, atención: os voy a contar la historia de ese fantasma. Es una historia corta porque él es un fantasma recién muerto. Se convirtió en fantasma porque equivocó el momento de su muerte. Nunca había pensado que eso pudiese suceder. Pero sucedió. El debía morir sólo cuando fuese viejísimo, pero era un artista, era un pintor (mirad el pincel en su mano), tenía la manía de vivir pensando en colores. Se despertaba, y en vez de decir, como todo el mundo, estoy triste, estoy contento, se expresaba así:

»Para él, la cosa que tenía más color de muerte era la neblina. A veces, cuando por la mañana había un cielo azul, pero por la tarde se ponía nublado, decía:

»Y así, un día de ésos, hizo una neblina la mar de fuerte. El Pintor miraba por la ventana de su apartamento, sólo veía esa neblina tapando todos los colores, y decía como solía decir: hoy está haciendo un poco de ganas de morir.

»Una neblina tan fuerte casi siempre pasa enseguida. Pero esa vez no pasó: era una neblina larga, que duró toda la tarde y también la noche entera. A todas horas el Pintor miraba por la ventana. Y ni asomo de que las ganas de morir acabasen. Por eso se equivocó: pensó que nunca más se pasarían esas ganas y resolvió, pues, matar las ganas.

»Un error sin sentido: al día siguiente amaneció con un bonito cielo azul.

»Pero el Pintor ya se había convertido en fantasma.

En cuanto acabé la historia del fantasma, me volví disimuladamente hacia la figura azul más cercana y le susurré:

—Listo, ya está la historia. Comenta. Habla. Di cualquier cosa.

Graphics

¡Para qué! Las dos me miraron furiosas a tope y la azul más fuerte cuchicheó:

—Nosotras no nos equivocamos como él, no: memorizamos el papel, ensayamos la obra, sabemos de pe a pa lo que hay que decir.

—¡¡Dilo, pues!!

—Pero lo que memorizamos para comentar no tiene nada que ver con esa historia que has contado.

Y se quedaron requeteenfurruñadas y sin abrir la boca.

El público se puso a protestar de nuevo.

Un tío se levantó y preguntó:

—¿Me quieres hacer el favor de explicar qué están haciendo esos actores, allí parados y sin representar ni hacer nada?

Me iluminé y respondí:

—Están representando un cuadro vivo. ¡Eso es! ¿Acaso usted no se ha dado cuenta todavía? Han venido aquí para mostrar un cuadro de este Pintor. Y un cuadro está para que la gente lo mire y no para escucharlo.

Y cuando se iba calmando un poco, el fastidioso me preguntó:

—¿Por qué, pues, has contado la historia del fantasma?

No me iluminé de nuevo. Me quedé trabado.

Mi Amigo me sopló:

—Di que se debe a que hay una neblina muy grande y que es para que ellos tengan cuidado y no se equivoquen como yo.

—Porque hay una neblina muy grande y es para que tengáis cuidado y no os equivoquéis como yo, quiero decir, como él.

Y en ese momento me desperté.

Como para no despertarse: con ese tío que me apuraba y todo el mundo que me miraba, no se podía aguantar más.


[ Inicio de Documento ]
[ Tabla de Contenido ][ Previo ][ Nivel Superior ][ Siguiente ]Busca, ...y ¡encuentra!