Libros del Rincón


Sábado


Yo tengo un compañero en la escuela, ¿sabes?, y soy amigo de él. Pero no es amigo a tope como era mi Amigo Pintor (hay días en que me quedo pensando si se puede tener más de un amigo a-tope), y ayer en el recreo conversamos sobre el corazón.

Todo comenzó porque yo estaba dibujando un corazón, pero en vez de ser rojo, el corazón era marrón; y en vez de ser como los corazones que uno conoce, era todo achatado de costado y acababa de repente, lo que te dejaba sin saber hacia dónde apuntaba.

Cuando terminé el dibujo, se lo mostré a mi compañero.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Pues ya lo ves.

—¿Veo qué?

—¿No puedes ver lo que es?

—No.

—Adivina.

—No lo sé.

—Mi corazón.

Miró y volvió a mirar.

—¿No lo ves todavía? —quise saber.

—¡No! Para empezar, el corazón es rojo.

—Bien, pero ése es mi corazón.

—¿Y porque el tuyo no es rojo?

—No es eso. Ando fastidiado y por eso mi corazón está así, achatado, como si le hubiesen sacudido un puñetazo.

—¿Un puñetazo?

—Y un corazón rojo es el corazón de todos los días. El mío no está como todos los días, está muy diferente; por eso tiene que ser de otro color. ¿Sí o no?

Mi compañero miró el papel. Me miró:

—No se puede. Tiene que ser rojo. Y tiene que acabar en punta por abajo. Dame el papel para que yo te muestre cómo debe ser.

—¡Espera! No me entiendes. Sucede que...

—Dame el papel: déjame que lo dibuje bien.

—¿Quieres hacerme el favor de escuchar lo que te estoy explicando? Si mi corazón está diferente, muy mal, muy fastidiado, no voy a dibujarlo como ese corazón que todo el mundo le dibuja a la novia, ¿no? ¡Espera, no me lo quites!

Pero me lo quitó. Y sacó del bolsillo un bolígrafo rojo y se puso a cambiar todo el color de mi corazón. Y lo hizo bien acabado en punta por debajo. Y para colmo recordó:

—¡Un corazón tiene que tener flecha!

Trazó una flecha en el medio. Lo fue corrigiendo de un lado, del otro, no dejó a mi corazón ni un poquito aplastado, y yo, de tonto, insistí en explicarle:

—Pero te estaba diciendo que se acható de fastidio.

—Pues si está fastidiado, ¡dilo enseguida, tío!

Trazó otra flecha hacia arriba y escribió: «Estoy aplastado porque estoy fastidiado».

—¡Listo! Ahora todo el mundo lo entiende.

Y me dio otra vez el corazón.

Yo no aguanté y le dije:

—¿Para qué quiero esa porquería?

Y él contestó:

—Porquería es lo que tú habías dibujado —y en ese momento vio a Denise (una chica que a él le gusta un montón); me arrancó el corazón de mi mano, y donde había escrito «estoy fastidiado», agregó dos puntos y escribió en letras grandes: ¡¡TÚ NO ME MIRAS!! Salió corriendo, le dio mi corazón a Denise y se fue a jugar a la pelota.

Ah.

Mejor.

¿Qué iba a hacer yo, de todos modos, con un corazón que ya no tenía nada que ver con el mío?

Creo que va a llevar mucho tiempo conseguir un amigo que también comprenda esa historia de que el corazón se achate y se ponga marrón.


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