Libros del Rincón


El prisionero


Andrés y Tai habían ido por la derecha recorriendo pasillos hasta dar con una puerta con una calavera pintada. La puerta conducía a una gruta donde había celdas de prisión, con puertas de fierro. Los niños descubrieron que sólo en una había un hombre acostado.

—Aquí Oso Verde —se oyó en la bocina del radio trasmisor de Tai—. Encontramos el castillo de Chapultepec reducido en un rincón del cuarto de control... estamos en los ductos de ventilación, seguiré informando...

Andrés tomó las llaves de las celdas que estaban sobre una de las cajas apiladas y abrió.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó el hombre sin creer lo que veía.

—Somos los miembros de la Legión de la Tarántula —anunciaron orgullosamente y en un momento le explicaron cómo habían llegado allí.

—Esto es terrible —se lamentó el hombre—. Yo soy el verdadero Irigoyen. Mi primo me encarceló y me obligó a revelarle el secreto de la máquina reductora y transportadora. Con ella ha robado oro y joyas que tiene guardadas en muchas maletas.

—¿Y para qué sirven las barras que pone cerca de los lugares que piensa robar? —preguntó Andrés.

—Son para crear un campo de energía y reducir el tamaño de las cosas y transportarlas hasta el cuarto de control... Tenemos que detener a ese malvado... hay que ir al cuarto de control y provocar la autodestrucción de todas las máquinas.

Pero en ese momento oyeron pasos que se acercaban.

—Vienen guardias —murmuró Tai— ¡escondámonos!

Los guardias llegaron con la comida para el prisionero. Revisaron el lugar y al ver que todo estaba normal, se fueron.

¿Dónde se escondieron los legionarios?

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