Libros del Rincón


El estanque de los caimanes


Tai había descubierto una cabeza negra pintada en un árbol con una especie de flecha apuntando hacia un espeso matorral.

—¡Pero aquí no hay ningún camino! —dijeron los demás.

Sin embargo las pisadas, apenas visibles entre las piedras, indicaban esa dirección. Oso Verde y Andrés jalaron las ramas hacia un lado, como si abrieran una puerta y una vereda apareció tras las matas. La selva se hacía cada vez más densa. Gritos de monos y chillidos de aves se oían por doquier. Una serie de gruñidos les llamó la atención.

—Son pecaríes —dijo Oso Verde apartando unas largas hojas y descubriendo unos animales con aspecto de cerdos peludos.

—¿Son peligrosos? —preguntó Andrés.

—Sólo si los molestas. Atacan con sus largos colmillos, como los de los jabalíes... de hecho son sus primos cercanos —contestó Oso Verde alejándose sin hacer ruido.

La lluvia cesó y una neblina se levantó del suelo. El calor se hizo insoportable. Aquello era como un baño de vapor. Exhaustos llegaron a un estanque. Isabel 21 iba a mojar su pañoleta cuando Oso Verde la detuvo.

—¡Mira! —gritó.

—¡Cocodrilos! —exclamaron los niños.

—Yo más bien diría caimanes —corrigió Oso Verde que se había revelado como un experto en animales selváticos.

—¿Y por dónde vamos a cruzar? La selva se ve impenetrable a los lados del estanque —dijo Isabel 21.

—Y no hay pisadas alrededor —confirmó Tai.

—Los enmascarados tuvieron que cruzar de alguna forma, no creo que hayan volado —replicó Oso Verde.

—¿Y si tomaron otro camino? —preguntó Andrés.

—No, yo sé cómo lo hicieron —dijo Maripecas.

¿Qué descubrió Maripecas?

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