Libros del Rincón


NURIA


He leído casi todo sobre piratas, indios, exploradores árticos y vampiros.

Si me lo propusiera podría escribir un libro emocionante contando cosas que no me ocurrieron jamás.

Podría llenar tres o cuatro libretas con las aventuras de una noche en un castillo tétrico, puertas chirriantes, gemidos lastimeros, apariciones y todo eso.

Estoy seguro de poder quitarle el sueño a cualquiera contándole una historia así, o emocionarlo con las aventuras de un héroe que me invente, un arquero, un detective, un domador de elefantes o un pescador de caña, en el malecón, un día que el róbalo entre bien al cebo fresco.

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Papá dice que lo que estoy escribiendo es una crónica y que le gusta mucho.

Ya me ha dibujado el retrato de familia, el día que conoció a mamá y a Pablo dibujando un tiburón.

Ahora le he pedido que me dibuje a Nuria sentada debajo del cerezo.

Quiero ser cronista. Es una forma de ser escritor que me parece bien.

Para ser cronista hay que escribir sobre cosas que uno ha visto y decir la verdad.

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Como entrenamiento, y mientras no pueda hacer la crónica de una guerra entre hombres de buena voluntad, o la del hundimiento de un barco enorme, o sobre la emigración de los grandes patos hacia el Sur, escribiré la crónica de mi familia, quiénes somos y qué hacemos.

Papá me hace los dibujos y los voy pegando en las libretas.

Cuando termine pondré todas las libretas dentro de unas bonitas tapas rojas y ese va a ser mi regalo de cumpleaños para mamá.

En la segunda libreta, en el capítulo cuarto, debo escribir lo que estoy viendo ahora, una nube enorme, negra, en forma de queso, a Golo que picotea un hormiguero y a mi hermana Nuria que está debajo del cerezo que hay en el patio.

Mi hermana Nuria acaba de cumplir diez años.

Ayer papá me la dibujó bajita y graciosa, con todas sus pecas y los ojos grandes y tristes.

Mi hermana Nuria puede parecer un poco rara.

Ahora está en el patio, debajo del cerezo. Como a lo mejor llueve se ha llevado el paraguas de papá.

Le gusta estar sola y hablar con personas que se imagina.

A veces canta una canción de cuna para un niño que cree tener en los brazos.

Duérmete niño

que es tarde ya.

Eso es todo lo que canta. No sabe más. Lo repite y lo repite con mucha ternura.

Aprendió a poner la mesa a la hora de comer. Coloca un plato y dice:

—Papá.

Pone otro y dice:

—Pablo.

Y así hasta que llega al suyo. Entonces se ríe.

Yo le enseñé a amarrarse los zapatos. Me llevó mucho tiempo pero ahora lo hace ella sola bastante bien.

No vamos todos al mismo colegio. A ella la llevan a uno que está al otro lado del parque, cerca del puerto de pescadores.

Ella no estudia la tabla del siete, ni quién descubrió América o cómo el gusano se convierte en mariposa y que esto se llama metamorfosis.

A ella le enseñan a colocar lo redondo en lo redondo, lo cuadrado en lo cuadrado, a cantar y hacer palmas al mismo tiempo, a tocar las cosas y decir su nombre, tocar zapato y decir:

—Zapato.

Tender la mano bajo la lluvia y decir:

—Agua.

Casi todos sus compañeros de colegio tienen la cara de los chinitos tristes. Ella también, pero no tanto.

Mamá, que fríe croquetas para la comida, la llama:

—Nuria, hija, ven a poner la mesa.

Nuria entiende y sonríe.

Cuando entiende, su sonrisa es muy alegre, sino, es triste y perpleja.

Golo, el pato, y ella, son amigos.

Cuando ella está triste viene Golo y le picotea la mano hasta hacerla reír.

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—Nuria —insiste mamá.

Mi hermana Nuria lleva puesto un jersey que le tejió mi hermana Marta. Es bonito y llamativo. Son siete franjas de siete colores: azul, verde manzana, rojo fuerte, amarillo eléctrico, naranja, verde hoja y blanco.

Fue una idea de papá.

—Así, cuando se pierda, no preguntaremos por una niña sino por un jersey rarísimo.

Mi hermana Nuria, al pie del cerezo, debajo del paraguas negro, contra el gris de la lluvia que ya se viene sobre la mar, parece un arco iris agazapado.


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